La política uruguaya no padece la violencia de la argentina, pero su incapacidad para los acuerdos alarma
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09 de septiembre de 2022 a las 14:45
La bala que la suerte dejó atascada en el arma de Fernando Sabag –el frustrado magnicida de Cristina Fernández de Kirchner- quedará como mudo testigo de la tragedia que podría haber sido y no fue. Y aunque no corrió sangre, el episodio mostró, una vez más, el rostro crispado de una sociedad argentina que se abisma en eso que se ha dado en llamar la grieta y, por oposición, los uruguayos pudieron medirse nuevamente con sus vecinos para lanzar otro suspiro de alivio.
Es verdad que en Uruguay las relaciones entre la mayoría de los políticos son muy diferentes a las que suelen chirriar al otro lado del río. Incluso, en este 2022 donde muchos se espantan por la violencia escrita que algunos dirigentes vomitan en twitter, la paz política está bastante más asentada que hace no mucho tiempo atrás.
Sin necesidad de retrotraerse hasta la infame década de los 70, los uruguayos supimos vivir con cierta tensión los primeros años de retorno a la democracia cuando los militares se negaban a ser imputados por los crímenes cometidos durante la dictadura –Gavazzo prometía recibir a los balazos a los policías que fueran a buscarlo a su casa si le tocaba declarar- y los tupamaros salían de las cárceles sin saber muy bien qué hacer con su pasado guerrillero.
Mirado desde la actual perspectiva, parecen cosa de otro país los atentados ocurridos en los 90 cuando manos anónimas -probablemente mano de obra militar desocupada- metió una bomba en el estudio jurídico del expresidente colorado Julio Sanguinetti y le voló el auto al diputado frenteamplista Hugo Cores.
Y también hubo violencia en los hechos del Hospital Filtro y en el ánimo de las personas que, a fuerza de insultos, empujaron a Hugo Batalla a mudarse de La Teja luego de abandonar el Frente Amplio. Nada de eso puede compararse, como fue dicho, con las tontas y modernas querellas de las redes sociales.
En realidad, los gobiernos democráticos se han ido sucediendo y meneándose de izquierda a derecha, sin que ningún cambio radical anidara en el país.
Pero, acaso, la cada vez más acechada paz social del Uruguay no es producto fundamental de la tolerancia de sus políticos, sino que descansa mayormente en un pueblo manso y moderado que difícilmente acepte la radicalización de su clase dirigente sea en el sentido que sea.
Sin embargo, los políticos desaprovechan ese clima propicio para el diálogo –la violencia ocurre en otros paisajes periféricos donde los ajustes de cuentas y la miseria acumulan cadáveres y desesperanza- y se pierden en una grieta boba, nada riesgosa en apariencia, pero muy peligrosa en la hondura de su ineficacia.
En realidad, los gobiernos democráticos se han ido sucediendo y meneándose de izquierda a derecha, sin que ningún cambio radical anidara en el país.
Es triste que existiendo tan pocas diferencias ideológicas entre los partidos –los cambios realizados por los gobiernos del Frente Amplio estuvieron lejos de hacer temblar las raíces de los árboles, al decir de Tabaré Vázquez- a los gobernantes les cueste tanto acordar para avanzar en asuntos que son de primera necesidad para la mayoría de la gente.
¿Cómo es posible que no se acuerden políticas públicas que rescaten a la educación formal de la decadencia en la que se viene arrastrando desde hace décadas? ¿Qué desidia arrinconó a miles de uruguayos en las periferias, sin posibilidad de salida y engrosando las filas de esos que se crían en un contexto de violencia que luego desparraman hacia los barrios más privilegiados?
¿Por qué, sabiendo todos que las cárceles son escuelas de delincuentes, poco y nada se ha hecho para desactivar esa bomba de tiempo?
¿Por qué no abordamos en su complejidad la epidemia de suicidios que desde hace años nos está gritando que algo gravísimo está pasando y que el sistema de salud parece no haberse enterado?
La grieta a la uruguaya está instalada y poco tiene que ver con intentos de magnicidios y violencias extremas. Siempre existirán los que consideren que al Frente Amplio lo integran una manga de irresponsables, y los que creen que blancos y colorados no son otra cosa que unos neoliberales sin corazón. Esos que en las reuniones sociales insultan a los votantes de alguno de nuestros partidos sin reparar si, sentado junto a ellos, escucha alguno de los agraviados.
Pero en esta orilla del Río de la Plata lo que más campea es la mansedumbre y la negligencia en la solución de problemas que amenazan con agigantarse hasta el punto de que, tarde o temprano, sintamos nostalgia de ellos.
En esta medianía, tal vez nos falte mucho para caer en los abismos argentinos, aunque tampoco precisaremos de ninguna bala para que miles de uruguayos den por muertas sus esperanzas de una vida mejor.
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